martes, 7 de abril de 2009

"Los juguetes tecnológicos limitan las destrezas sociales de los niños"




Sin duda los juegos tecnológicos contribuyen a desarrollar habilidades valiosas en los niños, por ejemplo, promueven la coordinación fina, rapidez, concentración, perseverancia, tolerancia a la frustración y el uso simultáneo de varias vías sensoriales. Sin embargo, no potencian el desarrollo emocional de los menores porque, en la mayoría de los casos, la interacción del pequeño con el juguete es unívoca, lo que impide la generación de destrezas sociales.

Así lo da a conocer la sicóloga María Elena Gorostegui, quien destaca que en la sociedad actual, en que los adultos interactúan poco entre sí y menos aún con los niños, es importante que haya un aprendizaje de la relación social. "Jugar con otros o en grupo nos ayuda a saber cómo organizarnos, a respetar turnos, crear normas, compartir y autorregularnos. Si el niño juega y compite sólo consigo mismo entonces pierde su capacidad de empatizo, de ponerse en el lugar del otro", comenta.


Según explica, los niños que tienen alrededor de dos años tienden a jugar solos, aunque estén rodeados de otros pequeños, porque aún no saben compartir y menos respetar los espacios de otros individuos, actitud propia de un estadio superior de desarrollo que todavía no han alcanzado. Hay un egocentrismo infantil que los define, sin embargo lo preocupante de la familia actual es que está promoviendo esta situación en etapas tardías.
Ello ocurre si los padres llegan cansados del trabajo y se ponen a hablar por teléfono, ver televisión o navegar por Internet en vez de compartir con sus niños. Si cada cual está subsumido en su propio juguete tecnológico se van restringiendo las competencias emocionales. "El desarrollo afectivo no se puede delegar a una máquina y tampoco las capacidades para interpretar claves del contexto. Además, estos productos generalmente no promueven la creatividad, sino más bien la habilidad para usarlos porque las respuestas están predefinidas", apunta.
Aprendiendo a reparar...


La sicóloga enfatiza que los juguetes tecnológicos llegaron para quedarse y que no son negativos en sí mismos, aunque sí es importante racionalizar su uso.
Los juguetes más tradicionales, señala, tenían ciertas virtudes como, por ejemplo, crear un mayor vínculo con su dueño o favorecer la interacción con los adultos. Por ejemplo, los trenes eléctricos permitían que los niños trabajaran con el padre o madre durante todo el proceso que implicaba ponerlos en marcha, lo que era tanto o más significativo que el producto en sí mismo.
Lo mismo ocurría con las muñecas que daban pie a que las niñitas jugaran a vestirlas y peinarlas junto a sus madres. "Era más fácil proteger, acunar, cuidar y ponerle un nombre a una de ellas que hacerlo con una barbie, que representa más bien una figura adulta, un modelo de femineidad sobre el cual es difícil que la menor proyecte su mundo propio", resalta María Elena Gorostegui.


La sicóloga añade que los juguetes actuales, estereotipados y producidos en forma masiva por grandes transnacionales, son emocionalmente deficientes. "Hay una cultura de hacerlos desechables y reemplazables. Si se rompen compramos uno nuevo, sin que primen los afectos y menos el interés por repararlos, actividad muy importante ya que representa una lección de vida para un niño".
Agrega que las cocinas de juguete, las tacitas o los disfraces siguen siendo positivos para aprender a ensayar roles, sobre todo si se juega con otros, porque eso ayuda a que el niño comprenda, analice y elabore.

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